Los científicos que representaron a Chile en el IPBES, plataforma que reveló los alarmantes resultados del declive de la biodiversidad mundial, explican de qué manera la humanidad está poniendo en riesgo su propio bienestar.
Desde la colonización europea, las poblaciones de especies de las Américas han disminuido en un 30%, y de seguir igual, se reducirían en un 40% para el 2050 debido al cambio climático. Este fue uno de los preocupantes resultados publicados en el informe global desarrollado por la Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES), el cual abordó el estado de la biodiversidad en las Américas, África, Europa y Asia Central, y en Asia-Pacífico.
En la elaboración de los informes participaron 550 expertos de más de 100 países, entre ellos tres chilenos: Mary Kalin, Olga Barbosa y Aníbal Pauchard, investigadores del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) que aportaron en distintas áreas del reporte, el cual evidenció que ninguna de las cuatro regiones estudiadas está a salvo del deterioro medioambiental.
En el caso de las Américas, el diagnóstico es crítico. El cambio climático fomentado por el ser humano promueve la creciente pérdida de biodiversidad y la reducción de las contribuciones de la naturaleza a las personas, empeorando el impacto provocado por la degradación del hábitat, las especies invasoras, la contaminación y la sobreexplotación de los recursos naturales.
“El problema principal es que en las Américas están usando muchos más recursos naturales per cápita que el promedio mundial. Esto porque Sudamérica en particular está produciendo muchos alimentos para otras partes del mundo a expensas de sus ecosistemas”, explicó Mary Kalin, investigadora del IEB y premio nacional de Ciencias.
Se calcula que alrededor del 25% de las áreas forestales se han perdido en Sudamérica y Mesoamérica, lo que ha generado un fuerte impacto en las especies nativas, siendo las más vulnerables las especies endémicas, es decir, aquellas que solo se encuentran en estos lugares del planeta. En el caso de Chile, sus bosques son los más australes del mundo y presentan un alto nivel de endemismo, como sucede con el bosque mediterráneo que se ubica en la zona central, el cual es el más amenazado y alberga a más de la mitad de las plantas y animales (vertebrados) nativos del país.
“La huella humana en América ha aumentado fuertemente, duplicándose o triplicándose en los últimos 50 años. Lo más grave es la pérdida de hábitat natural, debido a la deforestación, urbanización y habilitación de terrenos agrícolas. Si a esto se le suma el cambio climático y las especies invasoras, el riesgo para la biodiversidad es altísimo”, señaló Aníbal Pauchard, director del Laboratorio de Invasiones Biológicas (LIB), iniciativa de la Universidad de Concepción y el IEB.
Las especies exóticas invasoras son aquellas plantas, animales, patógenos y otros organismos que no son nativos de un ecosistema y que causan la alteración de los ecosistemas locales y la disminución o eliminación de especies nativas a través de la competencia, la depredación o la transmisión de patógenos.
Actualmente, los bosques de Chile están siendo invadidos por especies traídas para uso agrícola, forestal y ornamental. Un ejemplo son las plantas con elevado valor comercial que se han vuelto invasoras como el pino (Pinus contorta), el cual aumenta la combustibilidad de los ecosistemas y, con ello, la probabilidad de que ocurran incendios forestales. A esto se suman los animales exóticos como el jabalí, ciervo rojo y el visón, siendo uno de los más dañinos el castor norteamericano, el cual ha diezmado los bosques en el extremo sur del continente.
Los expertos prevén que las introducciones de especies exóticas crecerán anualmente debido a la intensificación de las rutas de comercio y transporte. Los puertos, carreteras, aeropuertos y grandes ciudades como Santiago son las principales puertas de entrada para numerosas especies no autóctonas.
Más allá del deterioro ambiental, la naturaleza es un factor determinante para la calidad de vida de las personas al proporcionar los espacios y recursos necesarios para vivir y recuperarse después de eventos extremos, además de ser fundamental para el desarrollo de las culturas y sus identidades. Por ello el informe del IPBES destaca en impacto de la conservación de la biodiversidad en las comunidades.
“La naturaleza y su biodiversidad nos proveen beneficios de los que depende nuestra calidad de vida. Los alimentos que consumimos, el aire que respiramos y el agua que bebemos son producto del funcionamiento de un ecosistema sano. Por tanto, la conservación del medio ambiente nos confiere, como individuos y sociedad, una mayor resiliencia ante los cambios abruptos a los que nos enfrentamos, por ejemplo eventos climáticos extremos como sequías e incendios, y sus consecuencias socioambientales”, explicó Olga Barbosa, directora del Programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad, iniciativa de la Universidad Austral de Chile y el IEB, cuyo objetivo es compatibilizar la conservación de la biodiversidad con el desarrollo de la industria vitivinícola y agrícola nacional.
La disminución de la biodiversidad y la degradación de los ecosistemas de agua dulce tienen un impacto directo en los beneficios que brindan, y representan una amenaza para la seguridad del agua y la salud humana en más del 50% de la población de las Américas. El suministro de agua dulce renovable, aunque es abundante en muchas subregiones, se encuentra localmente en un estado alarmante, y está disminuyendo en general. Se estima una disminución del 50% en agua dulce renovable disponible por persona en los últimos 50 años.
“En nuestro país encontramos una diversidad biológica y biogeográfica únicas, lo que nos invita a mantener una actitud alerta, no reactiva, generando un verdadero desarrollo sustentable e incluyendo explícitamente la correcta gestión de la biodiversidad y los servicios ecosistémicos. Gracias al IPBES ahora tenemos una herramienta para avanzar en este sentido, siempre en conjunto con la sociedad civil, el sector público y privado”, añadió Barbosa, quien también es experta en ecología ecosistémica y presidenta de la Sociedad de Ecología de Chile.
Mary Kalin advierte que “uno de los principales problemas es que los gobiernos dan poca prioridad a los temas ambientales y lo tratan de forma aislada, siendo que es transversal y abarca la salud, la economía, la seguridad alimentaria, el abastecimiento de agua, entre otros”. Por ello los científicos recalcan que aún estamos a tiempo de proteger y restaurar la biodiversidad y sus contribuciones a las personas, a través de políticas públicas sólidas y un trabajo mancomunado entre todos los actores.
“Debemos hacer a la brevedad un esfuerzo global, coordinado y eficiente para reducir el impacto del ser humano en la biodiversidad y los servicios ecosistémicos asociados. No se puede esperar más tiempo, pensando que estos problemas son locales, esto es una crisis global que va mucho más allá del cambio climático. Si la naturaleza se sigue degradando existe una posibilidad real de que los beneficios que esta provee al ser humano colapsen, lo que traerá implicancias profundas para la calidad de vida de todos, especialmente aquellos en los países más pobres”, sentenció Aníbal Pauchard.
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