Por Roberto Cadagán Delgado
-¡Una mujer! ¿Qué haces aquí? ¡Acaso no te han dicho que las mujeres en los botes son de mala suerte, son yeta!
Las palabras del viejo pescador mirando fijamente a Edith sonaron fuerte aquella tarde, quince años atrás. Ella respiró hondo y decidió guardar silencio. Sabía que necesitaba trabajar y no iba a dejar que estúpidas y anticuadas creencias se interpusieran en su camino.
La familia de Edith Rehl siempre ha estado ligada al mar. Nacida y criada en la localidad de Niebla, a 17 kilómetros de Valdivia, capital de la Región de Los Ríos, es nieta, hija, hermana y esposa de pescadores artesanales.
Por sus venas corre sangre, pero también agua de mar, salada, espesa, profunda. Entendía que los gritos de aquel viejo no iban a ir más allá de una rabieta momentánea como para marcar terreno. Y sabía de aquella creencia ancestral de origen desconocido que se ha traspasado entre generaciones de pescadores.
Sentada sobre una tabla del bote supo que esas palabras lanzadas a la mala le resbalarían, tal como las gotas de agua que corrían por su cara mientras comenzaba a manejar sus elementos de pesca.
Siguió callada, pero pronto se sumó a las labores y nadie volvió a decir nada. Sus compañeros de pesca se concentraron en sus asuntos. Total, si ella se había metido en este trabajo, ella sabría cómo enfrentarse a él.
Con el tiempo comprenderían que en el bote y en medio de la inmensidad del mar, todos y todas son iguales.
La pesca artesanal es parte del patrimonio cultural inmaterial de las comunidades costeras de la Región de Los Ríos y del país en general.
Según la Unesco, “el patrimonio cultural no se limita a monumentos y colecciones de objetos, sino que comprende también tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, como tradiciones orales, artes del espectáculo, usos sociales, rituales, actos festivos, conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo, y saberes y técnicas vinculados a la artesanía tradicional”.
Este quehacer que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad.
En esta zona, los pescadores salen todos los días al Pacífico con herramientas básicas como líneas de mar y anzuelos, nada de redes de grandes dimensiones ni de maquinarias que fomenten la depredación de los recursos naturales. Se adentran en pequeños barcos y botes en zonas costeras a no más de 10 millas de distancia, dentro de lo que se llama mar territorial.
Según la investigación “La visualización femenina en la pesca artesanal: transformaciones culturales en el sur de Chile” publicada en Polis Revista Latinoamericana, firmada por investigadores de la Universidad de Los Lagos, “la división de labores experimentada históricamente desde la pesca artesanal, tiene su base en un sistema de división sexual del trabajo que sitúa a hombres en el espacio productivo y a mujeres en el reproductivo. La concepción de la mujer como “actor secunda- rio” debe ser revisada, debido a su importante inserción en el mercado de trabajo de proceso y actividades asociadas”.
El Registro Pesquero Artesanal que lleva el Servicio Nacional de Pesca dice que hoy, en Chile, hay 93.598 pescadores. De ese total, el 24 por ciento (22.844) son mujeres.
En la Región de Los Ríos la situación es aún más marcada: 179 mujeres pescadoras artesanales en contraposición con los 2.051 hombres. La brecha de género se produce en todas las categorías de las labores que se realizan en el mar.
Además del pescador y la pescadora artesanal en este trabajo se encuentran el buzo o mariscadora, en el caso que su actividad sea la extracción de mariscos; y también el recolector de orilla, alguero o buzo apnea, que es quien realiza las actividades de extracción, recolección o secado de recursos del mar.
Es un día martes, 5 de la mañana, la temperatura marca 3 grados, amenaza de lluvia en el invierno valdiviano.
Edith Rehl prepara las cosas que llevará en una nueva jornada de pesca. Va esta vez tras la sierra, pez que tradicionalmente ha sido producto de explotación local, pero que en los últimos días ha estado más esquivo que nunca.
La sierra abunda en las frías aguas de la Región de Los Ríos. Por décadas los pescadores la quieren dada su abundante carne y la alta demanda que genera en el mercado local. De forma alargada, de color gris y tonos oscuros azul marino, con dientes muy filosos y grandes ojos, habita en la costa chilena y puede llegar hasta los dos metros de largo.
La sierra ocupa un lugar en la cultura local. Hubo períodos en que era muy abundante y barata. Se vendía a bajos precios en la feria fluvial de Valdivia y por lo mismo, era comprada habitualmente por los sectores de más bajos recursos de la sociedad local.
De allí que antiguamente se acuñara el mote algo despectivo para referirse a los pobres como “comesierras”. A diferencia de quienes tenían más dinero que preferían el congrio, la corvina y el salmón.
Edith debe medir un metro sesenta centímetros. Tiene el cabello negro, y la piel clara, muy clara para una persona que ha estado permanentemente expuesta a las inclemencias del tiempo sureño en la mar. Usa lentes, desde pequeña, cuando se dio cuenta de que no podía ver las letras del pizarrón en la escuela.
En la cocina de su casa se mueve rápido. Prepara unos panes con mantequilla, pone a cocer unos huevos y alista su termo con el infaltable café. El vapor que sale de la tetera inunda el espacio, mira por la ventana y ve que será otra jornada muy fría. Es el mes de julio, es habitual que en esta época del año los días presenten bajas temperaturas.
No importa. Cuando se trata de salir a la pega, hay que salir nomás, piensa.
Se acomoda sus pantalones térmicos, su chomba y la chaqueta para el agua. Le hace el quite a las botas, las encuentra incómodas, prefiere sus botines, se le ajustan a sus pies, repelen el agua y los mantiene calentitos.
-Una se acostumbra a todo con tal de hacer el trabajo. No hay frío cuando se está trabajando.
Al salir, el aire helado golpea la cara de esta mujer de 48 años. No vacila en su camino al bote. La espera su marido Roberto, con quien trabaja desde que sus hijos crecieron y a él le resultaba cada vez más difícil encontrar alguien que le dé una mano para lanzar las líneas al mar. Recuerda la vez que Roberto le preguntó si quería acompañarlo a pescar al sur de Chile, allá por las Islas Huichas en la Región de Aysén. De eso ya han pasado más de 15 años.
-Al comienzo le tenía terror al mar. Fue un cambio rotundo. Tuve que dejar el miedo de lado. De a poco cuando una está arriba del bote va perdiendo los temores -dice.
Al regresar del sur, fue ella la que convenció a su marido sobre la necesidad de comprar un botecito para trabajar.
Desde entonces pescan en las aguas frente a Niebla y Corral, aunque también llegan frente a Mehuín por el norte.
Luego de un par de horas desde que salieron de la caleta, el bote ya está en el lugar donde la experiencia les indica que debe picar la sierra. Lanzan las líneas y sólo queda esperar, esperar y esperar.
Después de una larga jornada, Edith y su marido Roberto emprenderán la vuelta rumbo al embarcadero donde entregarán a los compradores el fruto de su esfuerzo.
Durante la época invernal en la Región de Los Ríos, ante los días lluviosos y con mucho viento, la Gobernación Marítima prohíbe a los pescadores y pescadoras que salgan a la mar, por un tema de seguridad.
Esas jornadas en que Edith Rehl se ve obligada a permanecer en el refugio de su hogar, se le hacen largas. Reconoce que no se “halla” en casa, prefiere estar al aire libre; y entonces va a trabajar a la caleta de Niebla fileteando pescado.
Así se hace unos pesos limpiando “paños” de reineta, otro pescado apetecido por los consumidores dada su carne blanca y escasas espinas que se encuentra en la Región de Bío Bío al sur y es altamente demandada por artesanales e industriales.
Cuando no está en el bote todo es raro para Edith. En la mar ahora se siente a sus anchas. La libertad que le da el estar en medio del azul interminable del agua no lo paga nadie. Cuando la pesca está buena las horas pasan rápido; cuando no, los minutos se ponen pesados, piensa en su familia y en regresar a tierra lo más pronto posible.
-Pero me encanta. No importa la lluvia, porque uno sabe que llegando a la casa se cambiará de ropa. Lo peor es el frío. Golpea fuerte y no hay nada qué hacer, salvo tomar café y aguantar.
Esta labor ancestral en la zona es dura. En verano las jornadas suelen comenzar a las 4 de la mañana; en invierno a las 5 ó 6 ya deben estar en el bote rumbo a los caladeros. Eso hace que en temporadas malas sea una labor poco atractiva.
Es ahí cuando la fuerza de la mujer se impone.
Cuando el marido de Marsuri Águila le dijo que lo acompañara a trabajar en la pesca artesanal, ella lo pensó un instante.
Si bien toda su vida había vivido cerca del mar, no estaba acostumbrada a buscar el sustento lejos de casa y mucho menos haciendo un trabajo de hombres. Pero había que apoyar a la familia.
-Al principio íbamos aquí cerca, un poco más allá de Co- rral, a la vuelta del morro nomás. Me fui acostumbrando y me gustó la pega.
De esos comienzos ya pasaron 25 años. Hoy, a sus 54, y con una hija y un nieto, reconoce que ha sido una de las decisiones más importantes de su vida. Dio el paso de ser dueña de casa a pescadora artesanal.
Como buena mujer sureña, Marsuri tiene un carácter fuerte que la hace enfrentar con coraje los trabajos que emprende. Arriba del bote tira la línea de mano, recoge el nylon, saca los pescados y vuelve otra vez a tirar la línea. Y lo va llenando de sierras, salmones y corvinas.
Esta mañana de junio de 2023 frente a Niebla, el pequeño pedazo de madera va surcando las aguas y Marsuri es una más del equipo de pescadores. Las diferencias quedan atrás cuando de buscar el sustento se trata. Si bien ella no es una mujer grande físicamente hablando, se las arregla.
-Hemos ido a trabajar desde Mehuín por el norte, hasta Punta Galera por el sur. Las mañanas están heladas. Por eso hay que llevar su buena ropa, gorro de lana, guantes y todo lo necesario. Es difícil a veces, por el frío o porque es duro cuando está mala la cosa. Una se aburre. Allí ponemos la radio y pasamos las horas con unas buenas rancheras.
Si la jornada está difícil, Marsuri se tiende un rato en la cama ubicada en la cabina del bote. Piensa en que la pesca mejorará y logrará capturar las sierras necesarias para vender en la orilla. Ya no se marea como al comienzo.
Hay que ser valiente para salir al mar. El océano puede ser veleidoso y cambiar su aparente tranquilidad por unas olas amenazantes en cuestión de minutos. Es ahí cuando Marsuri saca fuerzas para seguir adelante.
-Ahora, si sale mucho viento no queda otra, hay que regresar nomás. La seguridad está primero. Uno tampoco se puede estar arriesgando. ¿El futuro? Yo diría que el futuro lo veo con esperanza. Me quedan fuerzas para trabajar. Hay que hacerlo nomás. Una vive de esto. No me veo en otra cosa.
Miriam Carrasco es una mujer de carácter. Ha sido así desde antes que asumiera el rol de dirigente en la Federación de Pescadores Artesanales de Mehuín de la comuna de Mariquina y en la Corporación Nacional de Mujeres de la Pesca y Actividades Conexas.
Necesitó tener esa personalidad para salir adelante como joven trabajadora en la caleta de Mehuín (75 kilómetros al norte de Valdivia), franqueada por el mar y el río Lingue. Debió encontrar esa fortaleza para sacar adelante a su familia. Y la precisó después para defender a las mujeres pescadoras.
En aquellas primeras reuniones a las que asistió como dirigente, qué importaba que al otro lado de la mesa estuvieran los representantes del Gobierno, la Seremi de Economía, la Subsecretaría de Pesca y el Servicio Nacional de Pesca, muchos de ellos varones, mirándola de ese modo.
-Teníamos que luchar por nuestros derechos y a eso iba.
Y ella contaba con el respaldo de todas sus compañeras que no solo trabajan en el mar, sino que se dedican a otras actividades como encarnadoras, charqueadoras, ahumadoras, buzos.
-Somos tan importantes como los hombres en esta actividad.
La Ley de Equidad de Género en el Sector Pesquero y Acuícola promueve la eliminación de todo tipo de discriminación y la igualdad de derechos y de oportunidades entre hombres y mujeres dentro del sector. Cuando se promulgó en el año 2021 le dio confianza a Miriam.
-Se terminó esa tontera de que una es yeta en los botes. ¡No más, poh! Todos tenemos derecho a trabajar y a subsistir. Ahora podemos postular a proyectos y que la torta se reparta 50 y 50.
Miriam se toma en serio su labor y quien la conoce de principio puede parecerle algo seria. Mide un metro setenta, lleva el cabello corto y claro. Algunas líneas de expresión en su rostro se vuelven difusas a través de un cuidado maquillaje.
Cuando trabaja viste lo más cómoda posible. Lo importante es el oficio y no el qué dirán.
-Se supone que el trabajo de la pesca se hace en conjunto con el marido que es pescador. La mujer le da un valor agregado a la pesca del día. Puede ser secando pescado, haciendo conservas, ahumando… muchas cosas.
Por las noches Miriam piensa en las gestiones que deberá hacer al día siguiente. Enfrenta las críticas y comentarios a su gestión. Sabe que al ser “rostro” de las organizaciones sociales se expone al escrutinio público, pero de nuevo: no importa.
En la tranquilidad de su hogar y rodeada de quienes la quieren seguirá adelante.
-Todos somos capaces y tenemos el derecho de salir adelante. Las mujeres somos muy importantes en la pesca artesanal y al final hay que decir que no estamos aquí para derrotar a los hombres, sino para apoyarlos y trabajar en conjunto.
Gabriela Mistral, premio Nobel de Literatura, sabía de esa fuerza de las mujeres pescadoras y escribió para ellas esta canción:
Niñita de pescadores
que con viento y olas puedes,
duerme pintada de conchas,
garabateada de redes.
Duerme encima de la duna
que te alza y que te crece,
oyendo la mar-nodriza
que a más loca mejor mece.
La red me llena la falda
y no me deja tenerte,
porque si rompo los nudos
será que rompo tu suerte…
Duérmete mejor que lo hacen
las que en la cuna se mecen,
la boca llena de sal
y el sueño lleno de peces.
Dos peces en las rodillas,
uno plateado en la frente
y en el pecho, bate y bate,
otro pez incandescente.
Edith Rehl ya en la tranquilidad y con el calor de su hogar abrazándola, reflexiona.
-Una hace el trabajo igual que los hombres. No hay diferencias. Al principio se tiene miedo, pero después se acostumbra. Eso sí, le tengo respeto al mar, mucho respeto.
Reconoce que no le gustaría que sus hijos se sumen a este trabajo. En algunas ocasiones, su hija e incluso su nieta, la han acompañado al mar. Ve en sus ojos el entusiasmo y el amor ante la pesca artesanal. Lo mismo refleja su mirada, pero no les desea a ellas esta vida para el futuro.
-Es una pega muy sacrificada, muy inestable. No, no quiero que hagan esto.
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