Nos dolió mucho conocer la versión de un piloto español que trabaja en el combate a los incendios forestales, al denunciar que algunos dueños de piscinas de la zona de Yumbel hicieron tendidos de líneas para impedir que helicópteros recogieran agua desde ellas para continuar en la tarea de tratar de extinguir el fuego.
Como si no bastara con el saldo en vidas y bienes que ha representado la enorme tragedia que aún azota a importante área del país, la tan cacareada solidaridad chilena frente a la desgracia se derrumba como castillo de naipes por culpa de estos ciudadanos tan poco empáticos con el dolor de sus propios vecinos.
Posiblemente no quisieron donar o prestar el agua requerida por las aeronaves porque la cuenta les sale cara, pero, ¿será tan así? Miren que conozco bastante el Ñuble y el Biobío y sé, porque lo he visto, y por acá también ocurre, que en gran parte de los casos el líquido llega, no solo a la piscina, sin boleta, porque no pasa por medidor alguno. La sacan de tierra adentro mediante un artilugio llamado puntera, que es un sistema de perforación mediante el cual se inyecta agua a alta presión. Es un poco más complicado de explicar técnicamente, pero queda claro que el asunto es claramente el aprovechamiento de un bien público. De allí que haga falta regular debidamente su uso.
Vamos a seguir hablando del agua, por mucho que a algunos les provoque alergias o arcadas.
Hace poco me llegó vía whatsapp, un video explicativo acerca del agua, especialmente la dulce.
Partía el experto hablando de la imagen que todos tenemos de nuestro bello planeta. Los primeros cosmonautas, como les decían los soviéticos a los astronautas, como les dicen los gringos y nosotros repetimos, quedaron pasmados al ver desde el espacio la hermosura de la Tierra. ¡Es azul!, exclamaban entusiasmados.
Claro, la Tierra se ve azul porque los océanos cubren el 75 por ciento de la superficie planetaria, pero casi no llega más abajo. Es solo en la superficie, y en el mejor de los casos, hay fosas marinas que tienen unos diez mil metros de profundidad, lo que puede parecer mucho aunque no son más que otro ladrillo en la pared, porque el puro diámetro terrestre es de 12.742 kilómetros, es decir, los diez kilómetros de las fosas más profundas apenas se notan.
El ver tanta agua desde el espacio nos invita a creer que el planeta es como el cuerpo humano, que tiene un 70 % de agua, desde el pelo más parado hasta la planta de los pies. El planeta, lamentablemente, no es así, porque si hacemos un hoyo entre todos tratando de salir directo a China, no vamos a llegar a ninguna parte porque vamos a encontrar con elementos sólidos, líquidos y gaseosos, dispersos en los mantos que se hacen diferente a medida que nos acercamos al núcleo, al que mejor ni nos asomemos, porque no tiene nada que ver con el que imaginó Julio Verne, que lo decoró hasta con unos primos de Godzilla que se alimentan de rocas.
El núcleo, que ha hecho noticia últimamente por una supuesta detención que ha provocado discusiones entre científicos, tiene un radio de 1.221 kilómetros, está compuesto por hierro, níquel y otros elementos más ligeros, como azufre y oxígeno, todos fundidos a una temperatura de aproximadamente 5.400 grados Celsius. Si la hemos pasado mal con 35 grados por acá, o más de 40 en la zona central, no hace falta ser muy despierto para imaginar lo acalorados que están los que fueron a parar allá, por malos.
Siguiendo con el agua y lo valiosa y escasa que es, tenemos datos que señalan que apenas el 2,5 por ciento del preciado líquido disperso por el mundo es dulce. ¡Apenas un 2,5%! Para espantarse, sobre todo si agregamos que de esa exigua cantidad el 69 por ciento se encuentra en forma de hielo en los polos y de nieve en las montañas y el 30 por ciento es agua subterránea, lo que deja apenas un ¡1 %! disponible en lagos, ríos y lagunas para servir las necesidades de todas las especies, partiendo por la nuestra.
Los anterior nos dice que es el agua y no el petróleo o el oro que cubre los Rolex, el tesoro más valioso para la humanidad y, sin embargo, hacemos poco para cuidarla y usarla razonablemente, como en el combate a los incendios forestales, que por ahora nos atormentan a los chilenos, pero que, en diferentes momentos, ya han dejado su huella en todos los continentes. No ha escapado Europa, Asía, Estados Unidos o Australia, sin mencionar a la eternamente castigada África.
Un científico, cuyo nombre lamentablemente no alcancé a anotar, porque estaba siendo entrevistado en un canal de televisión, entregó otra visión igualmente inquietante. Dijo que tenemos que hacernos cargo de un cambio climático que se va a extender por lo menos por otros 30 años.
Si el planeta está soportando situaciones extremas, como sequías interminables, mezcladas con inundaciones que en lugar de ayudar solo sirven para provocar más tragedias, temperaturas extremas para arriba o para abajo, vamos a tener que endurecer el cuero hasta el límite si efectivamente tenemos tres décadas de horror por delante.
¿Qué podemos hacer? De partida, cuidar el agua, pero en serio, nunca negándola a un combatiente de los incendios forestales, porque esa situación fue una muestra de avaricia y falta de conciencia solidaria.
Hay varias formas de colaborar con la causa. La primera tarea es adoptarlas, difundirlas y ponerlas en práctica.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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