Les cuento que estoy desesperado porque todavía no he podido leer la autobiografía del príncipe Harry del Reino Unido. Afortunadamente, es muy fácil escuchar la canción que Shakira dedicó a su ex, así que la pongo en Youtube a cada rato.
¿De qué está escribiendo este gallo?, se preguntarán, y la verdad es que hasta yo me siento desorientado, pero la idea es apuntar a cómo lo intrascendente se ha ido adueñando de nuestras vidas. Debemos poner más interés en lo que se planifica para el sistema ferroviario, por ejemplo, que en la alfombra roja del Festival de Viña, que debe ser la cursilería más cutre observada en la historia de esta larga y angosta faja de tierra.
Por supuesto que no es cierto que ande detrás del libro de Harry. ¡Qué me importa a mí que alguna vez su hermano mayor le haya pegado! Tendría que preocuparme si alguna vez eso hubiese ocurrido entre mis hijos, pero tanto las niñas como el muchacho cultivaron una conducta pacifista desde que se tiraron cuna abajo.
Sin embargo o con embargo, hay mucha gente que daría hasta la sangre por saber qué dice el colorín. Y no hablo de los súbditos de su padre, sino de gente de acá, de nuestro propio barrio. ¿Será que necesitan meterse en la vida de la realeza para evadir, aunque sea por un rato, sus problemas concretos? ¿Creerán que Harry, con la ayuda de su Meghan van a venir a pagarles la cuenta del agua y del celular?
Bueno, allá ellos. Es posible que hayan quedado pegados en los tiempos en que la mamá les leía “La Cenicienta” o “Blancanieves y lo siete enanitos” o, mejor aún, en la matinés de antaño, cuando vieron las versiones del popular Walt Disney en el cine.
Otro capítulo de esta misma historia es el que escribe la indudablemente talentosa, pero picota Shakira. A nadie que no sea de su círculo más íntimo debiera inquietarle más allá de lo razonable su situación sentimental, pero para variar nuestros paisanos andan metidos en el baile y no hablan de otra cosa que de la cancioncita esa.
Muy enojada debe estar la chicoca colombiana, pero ya se le va a pasar cuando dentro de poco le informen acerca de lo recaudado por su obra maestra. Van a ser muchos euros, dólares, zlotys, rublos y, por supuesto, pesos chilenos los que van a ir a engordar otro poco su ya voluminosa cuenta bancaria. Me contaron, de buena fuente, que la canción se iba a llamar “Me piqué con Piqué”, pero luego optó por algo más exótico y al final no he podido saber cómo quedó. Me parece que es “Music Session #53” o algo así.
Sin lugar a dudas, la cantante ha logrado vengarse de su infiel pareja y, como ya lo dije, va a ganar muchísimo dinero, pero nunca me ha parecido bueno sangrar por la herida. En todo caso, es mejor que Piqué se esconda en casa con su dulce noviecita, porque si sale a la calle se van a reír de él vaya donde vaya. Vaiga donde vaiga, como decía un anciano vecino que tuve hace mucho.
Como les decía, son muchos los que se preocupan demasiado de estas cosas. Ni Harry ni Shakira nos van a sacar de nuestros problemas, así que es preferible dejar que el tiempo añeje estos temas y que caigan del árbol para que solo los más fanáticos recojan sus frutos.
Vamos a lo nuestro. Esta semana no voy a insistir con la inflación, los precios estratosféricos ni con la violencia delictual, ni con los coletazos de los indultos, porque he visto autogoles más espectaculares.
Nos vamos al tren. A los anuncios de nuevos servicios, mejor dicho. Esto sí que debe interesarnos y llegar al podio de nuestras inquietudes, porque no ha habido una sola palabra de la recuperación de los trenes en nuestras regiones.
Desde que a comienzos de siglo hubo un intento de hacer algo, que incluso llegó a dejar de lo más mononas algunas estaciones entre Temuco y Puerto Montt, no hemos vuelto saber qué pasó con ello. Al margen de aquello debemos remitirnos a la canción de Los Prisioneros, de allá por los años 90, si no me equivoco.
Lo cierto es que ahora la niña bonita es el proyectado convoy entre Santiago y Valparaíso, un servicio muy rápido, pero que no alcanza para tren-bala, al estilo de los europeos o asiáticos. Digamos que sería un tren-piedrazo con onda, bastante bueno en todo caso, y que podría recuperar lo que existió desde ¡1863! y que después se desechó en favor de las carreteras (si seremos…)
Bien por ellos. Merecen la modernidad, pero ¿qué pasa con nosotros? ¿Seguiremos en los potreros?
Es, a todas luces, injusto, cavernario, discriminatorio y hasta atentatorio contra los intereses de un par de millones de chilenos. Recordemos que ya a finales del siglo XIX el iluminado presidente Balmaceda se encargó de extender los rieles hasta donde se podía en la época.
Y lo hizo en gran forma, con mucha visión de futuro. Se atrevió a desafiar a los agoreros que decían que era imposible avanzar más acá del barranco del Malleco y les tapó la boca con una obra de ingeniería que fue aplaudida en el mundo entero. Y no fue el único. Se recomienda leer el libro “Diez años en Araucanía”, del ingeniero belga Gustave Verniory, para saber que construir el ferrocarril al sur fue toda una proeza.
Lamentablemente, más tarde pasó lo que pasó y, por lo visto, vamos a tener que seguir durmiendo el sueño de los justos.
No importa. Tenemos el libro del príncipe Harry, la canción de Shakira y la alfombra roja de Viña para que dejemos de preocuparnos por nimiedades, como el tren.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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