A raíz de una investigación realizada por el medio digital Ciper Chile con posterioridad a la reciente Teletón, salieron a la luz algunos antecedentes relacionados con gastos realizados por la fundación que da el nombre a la campaña benéfica.
Desde hace tiempo y de manera cíclica, han circulado rumores, la mayoría sin fundamento alguno, que ponen en entredicho la transparencia de la obra que desde 1978 ha encabezado Don Francisco.
Los dardos, insisto, casi siempre basados en rumores o pelambres, han apuntado a la figura del conductor.
Frecuentemente se ha dicho que cobraría un determinado porcentaje de lo recaudado por millones de compatriotas y extranjeros residentes, con el objetivo de construir y sostener la cadena de centros de rehabilitación ubicados a lo largo de gran parte del territorio.
Esos rumores nunca han llegado a puerto y nadie ha intentado, siquiera, demostrar que efectivamente la cuenta bancaria de Mario Kreutzberger se ha visto engrosada por esta vía.
Lo que ahora ha sacado a luz el trabajo de Ciper Chile va por otra arista, aunque siempre relacionada con pagos de la Fundación Teletón a personas y organismos cercanos a la entidad.
Concretamente, se menciona a la ex directora ejecutiva de la fundación, quien habría recibido significativos bonos por asesorías, y a su yerno, el director televisivo del programa. Los datos ya han salido a la luz y por eso no los vamos a repetir.
También se menciona lo que Teletón ha pagado $155 millones a la empresa de lobby que encabeza Enrique Correa, militante socialista y ministro Secretario General de Gobierno del Presidente Patricio Aylwin, entre 1990 y 1994.
Ha aparecido una palabra que, estoy seguro, muchos chilenos que no tengan mucho interés en el juego político y económico, más allá de la preocupación por llenar la bolsa de la feria, han escuchado o leído: lobby.
¿Qué es el lobby? Para la Real Academia Española de la Lengua hay varias y variadas acepciones, que van desde el vestíbulo de un hotel hasta un grupo de presión, que es lo que nos interesa en este momento.
Como dije, la RAE vincula al anglicismo lobby con el castizo grupo, con igualmente diversas ramificaciones. Con respecto al grupo de presión especifica que es un conjunto de personas que, en beneficio de sus propios intereses, influye en una organización, esfera o actividad social.
Entonces, una empresa dedicada al lobby lo que hace es recibir encargos de determinados clientes para luego hacer presión sobre el asunto de interés del mandante. Deberían llamarse convencedores.
Un ejemplo burdo sería que yo mandara a un lobista a hablar con Eduardo Berizzo para tratar de convencerlo de que el Luchito González, goleador del Real Esperpento de la Segunda División de la Liga de San Carlangas de los Montes, es mejor que Alexis Sánchez y que él debe ser el hombre en punta para enfrentar a los polacos.
Más en serio, el lobby se usa mucho en la venta de armas. Si por ahí se sabe que la República de Anaconda necesita renovar su escuadra (léase una lancha artillada con escopetas), es fijo que le van a caer decenas de lobistas de muchas nacionalidades para convencer al gobierno de que su producto es mejor y más barato que el ofrecido por la competencia.
En otras palabras, el rubro del lobby consiste en mantener personal altamente preparado para influir en determinados momentos sobre una entidad que necesita refuerzos para hacerse de algún beneficio, ya sea un negocio o una medida favorable, que debe provenir de una tercera parte. No sé si me entienden.
En el caso de Teletón cuesta un poquito entender para qué se contrató a la empresa de Correa, cuando se supone que en sí la marca de la T en forma de Cruz de Malta es lo suficientemente fuerte o conocida como para que alguien diga que no la ha visto en su vida.
Lo cierto es que el lobby creció tanto que se hizo necesario dictar una ley para reglamentar la actividad y fijar los límites de su accionar. El 8 de marzo de 2014 apareció el cuerpo legal “que regula el lobby y las gestiones que representen intereses particulares ante las autoridades y funcionarios, constituyéndose en un gran avance para suministrar a la actividad pública herramientas que hagan más transparente su ejercicio.
La entrada en vigencia de esta ley representa un profundo cambio en la relación entre el Estado y las personas, estableciendo como deber de las autoridades y los funcionarios públicos (que tengan la calidad de “sujetos pasivos”), el registrar y dar publicidad a: las reuniones y audiencias solicitadas por lobbistas y gestores de intereses particulares que tengan como finalidad influir en una decisión pública; los viajes que realicen en el ejercicio de sus funciones y los regalos que reciban en cuanto autoridad o funcionario”.
Eso es lo que se indica en la página del Gobierno de Chile y, como se ve, el fundamento de la ley fue evitar que algunos se pasen de listos y terminen regalando demasiadas manzanas a la profesora.
Por último, quiero recordar un caso de lobby en versión cinematográfica. Lo extraigo, a mi manera, de la que considero la mejor película de la historia.
Angustiado andaba el decadente cantante ítalo americano Johnny Fontane porque no le querían dar un papel que le caía como anillo al dedo, ya que el director del filme, Jack Woltz, estaba enojado con él por haberle picoteado el jardín.
A Fontane no le quedó más que hablar con su padrino para solicitar su ayuda y ver si podía hacer lobby con el director mañoso. Don Vito Corleone se compadeció de su ahijado, así que le pidió a su consigliere, Tom Hagen, que viajara a Hollywood a tratar de convencer al porfiado Woltz. Como éste no cedió, al otro día amaneció acostado con la cabeza de su mejor caballo, una preciosura de animal que costaba cientos de miles de dólares.
Lo cierto es que Fontane finalmente consiguió el rol gracias al eficiente apoyo de su padrino, cuyo lema favorito debiera ser el de todos los lobistas: “le haré una propuesta que no podrá rehusar”.
Y, para finalizar, digamos que, hasta el momento de escribir estas líneas, nadie ha tratado de desmentir a Ciper Chile.
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