Si ya teníamos republicanos, ¿cómo no íbamos a tener demócratas? Parece pichanga gringa, pero en ese plato igual podemos meter nuestro intruso y angurriento tenedor.
Luego podríamos seguir copiando a los ingleses y dar vida a los partidos Laborista y Conservador, aunque éste no tendría mucho de novedoso, porque ya fue actor de nuestro juego político durante larguísimo tiempo.
Como va nuestro actual intríngulis doctrinaria, parece que esto no termina con la creación de la flamante colectividad que encabezan algunos ex democratacristianos, con la ayuda de otros que también optaron por buscar su destino con ropajes distintos a los que los identificaron anteriormente.
No resulta difícil explicar lo que está sucediendo porque no es más que un reflejo de nuestra sociedad, marcada claramente por un mal disimulado deseo de hacer lo que a cada uno le conviene e imponer las ideas propias por delante del afán colectivo. Se nota en las calles, donde cada uno estaciona el Ferrari ojalá frente a un letrero que indique la prohibición de hacerlo, o en un banco, supermercado y oficina, lugares favoritos para los que quieren pasar a la caja antes del que debiera tener el paso, porque llegó antes al local.
En política, el choclo se desgrana con facilidad, especialmente cuando hay varios temas por resolver para el país. En los años de Jauja, con la Concertación arrasando hasta en los consejos de curso, no había necesidad de molestarse pensando si las cosas se estaban haciendo bien o no. Ni siquiera nos preocupaba marcar de más cerca a los que podían estirar las manos y llevarse mucha pega para la casa.
En cambio, ahora, con tantos temas álgidos al frente, cada uno quiere imponer su fórmula para llegar a la piedra filosofal y vestir a Chilito nuevamente de dragón o tigre.Como dato ilustrativo, fíjense, queridos lectores, que en este momento en el país existen 24 agrupaciones políticas, entre los partidos constituidos con todas las de la ley, los que están en formación y los que recién están en trámite.
Por ello, es que invito a mis amigos y amigas a tomarnos un café o algo más burbujeante para formar nuestra propia colectividad, que no importa si alcanza o no a llegar a inscribirse al Servel. Total, lo que importa es juntarse a arreglar el mundo en torno a una chorrillana, un par de perniles, una pizza y hasta un centenar de sushis, aunque estos no son mis predilectos. Podemos ver cómo terminamos con la delincuencia, la inmigración ilegal, la violencia, el narcotráfico y hasta con la crisis de la U o los misiles del guatoncito que asusta al mundo.
Esto me hace recordar mi tierna infancia, cuando mi mamá me mandaba a cuidar al viejo para que no llegara muy tarde de sus reuniones con los correligionarios en la acogedora sede de la Asamblea Radical. Yo iba feliz, porque mientras mi padre y sus compinches planeaban cómo hacer feliz al universo, a mí me llenaban la guata con litros de la chispa de la vida y kilos de exquisiteces saladas, como jamón a la plancha. Claro, los rádicos no habrían sido ellos comiendo kuchenes o tortas. Aún así, nunca lograron reclutarme, aunque todavía añoro esos causeos.
Cuentan los historiadores que el movimiento partidista, a su manera, por la época, comenzó en Chile cuando los patriotas salieron a la luz para enfrentar a los realistas, que no se llamaban a sí por ver la realidad, sino porque eran fieles a la corona. Claro que también al interior de ambos movimientos había facciones, de similar tenor, por la presencia de tranquilinos y termocéfalos.
Cuando el asunto se decantó con la creación del Estado independiente y la república, vino la mocha entre pipiolos, más liberales, y los pelucones, obviamente conservadores.
El tiempo y los vaivenes del país se encargaron de dar razón de ser a toda clase de tendencias, inspiraciones y hasta rarezas, que por momentos se veían lúcidos y tolerantes, pero que con facilidad olvidaban todo lo anterior y se agarraban de las mechas dándose con todo lo que tenían al alcance de la mano, desde el arcabuz, el perol, el palo de leña o la pata de la cocina.
Y eso que no tuvimos los problemas de nuestros vecinos, dominados por el caudillismo, que con cierta regularidad terminaba con un cambio de gobierno algo abrupto, porque el hombre fuerte iba a dar al paredón o a la soga.
Como les dije, ya tenemos republicanos y demócratas, pero aún quedan muchas opciones para buscar nichos propicios para romper el esquema, especialmente para los que gustan de inspirarse en el extranjero. Ellos pueden formar un Partido Justicialista, a la argentina; un PRI, a la mexicana; un PT, a la brasileña, y hasta un MAS, a la boliviana.
Ahora, si quieren ir más lejos, ya vimos los ejemplos británicos, pero también pueden buscar en el Parlamento Europeo. Allí van a tener desde Identidad y Democracia, de extrema derecha, hasta Izquierda Anticapitalista Europea, zurda, más que obviamente.
A mis amigos voy a proponer que creemos algo así como el Partido de los Buenos Muchachos y las Buenas Muchachas, tolerante, ambientalista, pacifista y animalista. Esto último parece que va a ser lo fundamental, dado el genotipo de los futuros militantes.
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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