Por Víctor Pineda Riveros, periodista.
Reconozco que sé muy poco de economía. No podría explicar los vaivenes del precio del dólar ni por qué sube y baja la libra de cobre. Lo que sí entiendo es que nos ha tocado bailar con un espantapájaros y que estamos sufriendo día a día con noticias menos alentadoras.
También capto que en este mundo globalizado no dependemos por completo de nosotros y nuestras decisiones, por lo que no sería justo culpar de todos los duros momentos al gobierno en ejercicio ni a los anteriores, ya que hay claramente factores externos atornillando al revés, como ocurre actualmente con la infame invasión rusa a Ucrania, de la que ya nadie querría acordarse, a pesar de que el costo en vidas está tan alto como al comienzo.
Tampoco la gente quiere seguir pendiente de la pandemia, que no afloja, a pesar de los permanentes llamados a la gente a no descuidarse y, especialmente, a seguir vacunándose.
Basta por dar una vuelta por las calles céntricas o las ferias para ver que muchos ya no usan mascarilla. O se creen inmunes o ya ni observan las cifras de contagiados y, lo peor, de fallecidos por culpa del maldito bicho.
Los chilenos estamos centrados en otros dos grandes intereses, la pugna entre el Apruebo y el Rechazo a la nueva Constitución, y la situación económica, cuyo aspecto primordial es la constante alza de precios.
Como todavía falta algunas semanas para llegar al 4 de septiembre, el Día D de nuestra sociedad, vamos a ir al tema de los precios de los productos esenciales para el hogar, que se han convertido en el único interés, porque los lujitos que algunos sectores de la clase se podían dar hasta hace poco, como un viaje de placer al extranjero, ya solo están en las selfies que alcanzaron a capturar en aquel entonces.
Me dice la entendida en economía doméstica de nuestro reino que todo ha subido de manera insoportable. Hasta el arroz más cañaño, según su propia expresión cuesta de dos lucas -o dos dólares, últimamente- para arriba y que la bandeja de huevos de 30 unidades llegó a cinco mil piticlines.
Si le sumamos unas gotitas de aceite común, igualmente cañaño, que ya bordea las tres lucas, no nos queda más que concluir que el plato salvavidas de arroz con un huevito frito también se puso caro.
El otro día pasé por una muy bien surtida carnicería y no me gusto nada ver el lomo vetado a 15 mil pesos, pero lo que más me llamó la atención fue ver un cerro de patitas de pollo.
Esto me trajo un recuerdo de mi primera juventud, cuando colaboraba como cajero con ventajas en una de las carnicerías de un querido tío, en mi igualmente añorada ciudad de Lota.
Por esa época aparecieron las otrora despreciadas patitas, pero se vendían a un precio muy bajo, muy al alcance de las familias más desposeídas, y vaya que las había en la tierra del carbón.
Su comercialización tenía una motivación social, mejorar la dieta principalmente infantil, con el aporte de proteínas de las extremidades avícolas.
Lo que vi hace poco, sin embargo, no estaba ni cerca, porque las humildes patitas estaban frente a un letrero que las ofrecía a un precio cercano a los dos mil pesos.
En cuanto al precio de la carne, está claro que habrá una tendencia a la baja en la elaboración de asados y, en caso de encontrar uno, lo más seguro es que ya no será con angus o hereford de ese que se corta con el tenedor.
Cuando mucho, estomaguillo o cazuela huesuda con pretensiones de asado de tira, y en porciones radicalmente más pequeñas.
Mejor que cada uno se haga su propia torta y que limite el aforo al círculo estrictamente familiar. La autoridad sanitaria lo va a respaldar.
Más tarde, me subí a una micro y como vivo cerca del punto terminal de la línea, me enfrasqué en una amena conversación con el animoso piloto, acerca del valor de los combustibles, de la escasez de pellets, de lo penca que está el fútbol chileno, de la posibilidad de nevazones, hasta que cerró el diálogo con una contundente pregunta: ¿se ha fijado, señor, que lo único que no ha subido es el pasaje en micro, a pesar de que la bencina no para de subir?
Le di las gracias, por hacer el viaje más entretenido y por el detalle del transporte público, pero no me quedó más pensar que tanta belleza va a desaparecer más temprano que tarde.
Podríamos estar toda la semana entregando detalles de lo mucho que nos afecta el alza del costo de la vida, pero como hay que ceñirse a un espacio acotado, voy a concluir estas líneas con un aspecto que me parece aún más preocupante.
Hasta hace poco, veíamos en la feria libre a la que me llevan de portador, a una señora que se paseaba entre los clientes con una caja de zapatos ofreciendo medicamentos, a un precio inferior a los de las farmacias. La última vez, sin embargo, ya estaba instalada en un puesto, como una feriante más.
Como los fármacos están a la cabeza de las alzas, le va bastante bien, pero mi inquietud apunta en dos direcciones: ¿de dónde obtiene su mercadería? y ¿estarán en buenas condiciones esos medicamentos?
Como la necesidad crea al órgano, estas ventas informales seguramente irán en aumento, porque resulta hasta comprensible que la gente se dirija a ellas con tal de ahorrar unos cuantos pesos.
Ojalá que no tengamos que lamentar casos graves por el consumo de estos productos sin la debida asesoría profesional, o, mejor aún, que el sistema de salud entregue todos los medicamentos casi sin costo, como ocurre con los que están incluidos en el GES.
Son síntomas de que estamos padeciendo el precio de la histeria derivada de una inflación que parece no tener freno ni control.
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