A días de la elección presidencial más compleja desde el retorno de la democracia, el panorama para los chilenos en lugar de aclararse parece ponerse más confuso.
Ayer teníamos la película más clara que hoy, pero mañana va a estar más difícil. Cuanto más converso con parientes, amigos, conocidos o simplemente con gente de trato ocasional, más repetida se me hace la respuesta que apunta a que tienen dudas con respecto a quien le van a hacer la crucecita el próximo domingo 21. Tampoco tienen claro a quién le van a hacer la otra cruz, la grande, la del desprecio.
En todos los años que llevo observando primero, y luego participando, desde que la edad me lo permitió, en este tipo de procesos ciudadanos, nunca había visto a tanta gente indecisa o tan perdida en cuanto a sus preferencias.
Aparecen las encuestas, que debieran marcar tendencias y decirle al electorado, mire, parece que este señor o esta señora la llevan y si a Ud. le gusta apostar siempre a ganador, váyase por ahí. Sin embargo, hace algunos meses tuvimos las primarias y los estudios previos se la jugaban por Daniel Jadue y Joaquín Lavín como favoritos para sacar varios cuerpos de ventaja sobre sus ocasionales oponentes. Y ya vieron lo que pasó.
Desde que Mr. Trump dijo que no le importaba que en las consultas previas quedara bajo cero porque iba a ganar igual, lo que cumplió, como recordamos, las encuestas perdieron en todo el mundo el rol de indicadores sólidos, inmutables e infalibles. No digamos que antes de eso eran datos fijos, porque también la historia recuerda algunos episodios que dejaron mal parados a las empresas y organismos que se encargan de estas tareas, pero es en los últimos años cuando más se ha acentuado que se equivocan más que árbitro sin VAR.
Como les decía, me ha tocado vivir varias elecciones presidenciales y de las otras, las que van desde concejales a senadores. Como mi viejo fue un hombre interesado en la política, hasta el punto que una vez también se las quiso dar de Indiana Jones y vivir su propia aventura, con resultados que lo dejaron devastado, porque era medio ingenuo y confiaba en que todos los que le debían una gauchada le iban a responder. A pesar de que yo era bastante chico, le tomé el gusto a las elecciones. A la política entera, no, y por eso en mi vida jamás he militado ni un minuto en un partido o movimiento. Para sufrir, me basta con ser hincha de equipos de esos que ganan una vez al mes, aunque no debo ser tan malagradecido y reconozco que también he tenido la ocasión de celebrar un título a lo lejos y en soledad, porque más encima tengo espíritu de ermitaño y el próximo consocio vive a 500 kilómetros de mi casa.
Como les decía, ahora parece que va a ganar el partido de los indecisos o es que estamos tan desconfiados que no nos atrevemos a contarle la firme ni a la fiel almohada. No nos queda más que esperar hasta el 21, a eso de las 6 de la tarde, para saber quienes seguirán siendo candidatos hasta el 19 de diciembre, fecha inapelable para que los chilenos recibamos el lindo regalo que dura cuatro años, si es que la nueva Constitución no dice otra cosa.
En las últimas décadas el panorama previo se veía más nítido. En 1958, la duda estaba entre Alessandri y Allende, quien pudo haber ganado si no hubiese aparecido el Cura de Catapilco; en el 64, Frei Montalva se arrancó por lo palos con ayuda de la derecha, que por temor a Don Chicho dejó solo a Julio Durán, y del 70 para adelante, ya sabemos lo que pasó.
Con la vuelta de la democracia, Patricio Aylwin ganó la pole position y vuelta tras vuelta se alejó de Büchi y Fra Fra, (¿qué habrá sido de ellos?). La victoria Don Pato estuvo siempre cantada, al igual que la de Frei Ruiz-Tagle cuatro años después.
Más interesante fue la pugna entre Ricardo Lagos y Joaquín Lavín, en 2000, porque el challenger llevó al favorito a la definición a penales, y de allí para adelante todos a segunda vuelta, pero sin sorpresas en cuanto a quienes serían los encargados de animar el combate estelar.
En esas instancias, al balotaje me refiero, la cosa estuvo más clara y los vencedores ganaron casi siempre por nocáut.
Ahora, no obstante, ni los expertos más expertos se atreven a poner las manos al fuego por los dos nombres que van a llegar a la segunda vuelta. Y menos lo hacen el hombre y la mujer de la calle, porque más encima Boric está contagiado por el bicho y el resto de los corredores se encuentra en los establos guardando cuarentena como contactos estrechos. Así no se puede. Habría que traer a Mandrake y a Harry Potter para que le ayuden a brujos y chamanes locales a entregar vaticinios y datos sin margen de error para aquellos que sufren demasiado cuando pierden el voto y deben dar explicaciones a la pareja porque van a tener que seguir esperando para arreglarse los bigotes con los gobernantes de turno.
Y, ojo, que lo anterior vale también para los postulantes al Senado, a la Cámara y al Core. Van a necesitar muchos santos en la corte para asegurar el triunfo. Así que, por ahora, que hagan lo mismo que los futbolistas cuando aconsejan seguir trabajando después de una estrepitosa goleada en contra.
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