El señor Ciro Gálvez, ministro de Cultura del Perú, ha vuelto a poner en el tapete la idea de recuperar los restos de la goleta chilena “Covadonga”, hundida durante la Guerra del Pacífico.
Plantea Gálvez que la nave reflotada podría convertirse en un gran atractivo cultural y turístico. Otras voces, en el vecino país, han llegado a sugerir que sería, además, una excelente moneda de cambio para intentar un trueque con el “Huáscar”, que, como todos sabemos, se encuentra fondeado en la Base Naval de Talcahuano, en excelente estado de conservación.
Olvidan o ignoran el ministro y sus seguidores una serie de detalles bastante significativos, que a la postre terminan por convertir a la iniciativa en una mala idea. Impracticable, mejor dicho.
La “Covadonga”, una goleta de 48 metros de eslora y escasas 630 toneladas de desplazamiento era de tablas de madera de palo de árbol, y que pasó a mejor vida en 1880, frente a la costa de Chancay, a unos 80 kilómetros al norte de Lima, cuando el ingenuo comandante de la nave, Pablo de Ferrari, ordenó izar a bordo un lindo yate que parecía abandonado a su suerte, pero que era una trampa llena de dinamita. El estallido costó la vida a De Ferrari y a otros 31 tripulantes y mandó a la nave al fondo del mar.
Posteriormente, la Armada de Chile envió buzos a recuperar artillería y objetos de valor y a dinamitar los restos para impedir que cayeran en manos ajenas. Con el tiempo, cuando la guerra terminó, fue la Marina de Guerra del Perú la que se encargó de rescatar más elementos y pescadores locales también escarbaron tras lo que les pudiese servir. Así, y considerando que la “Covadonga” había sido construida en 1860, no resulta difícil concluir que los maderos aún existentes no soportarían un intento de reflote.
Así fue el fin de la gloriosa goleta que, al igual que el “Huáscar” fue trofeo de guerra, porque había nacido con el castizo nombre de “Virgen de Covadonga”, para ser incorporada a la Armada Española, con la que vino a combatir en la Guerra Hispano-sudamericana de los años 65 y 66, donde Chile y Perú fueron aliados, hasta que fue capturada en Papudo por la “Esmeralda”, al mando de Juan Williams Rebolledo, e incorporada a la Armada de Chile.
Noble buque la “Covadonga”, que dejó de lado lo de virgen en ese combate.
La historia de esta goleta cobró real importancia, el 21 de mayo de 1879, cuando estaba junto a la “Esmeralda” a cargo del bloqueo de Iquique, hasta que Arturo Prat ordenó a Carlos Condell y la “Covadonga” abandonar la rada con rumbo al sur para intentar romper la formación de los acorazados peruanos que se le venía encima.
Ya sabemos lo que pasó en el puerto, con la inmolación de Prat y sus subordinados, pero bastante menor conocido y valorado es el accionar de Condell y su gente, que concluyó con el encallamiento y posterior destrucción de la “Independencia”, el más poderoso de los buques peruanos, en el sector de Punta Gruesa.
Diversos análisis apuntan a que ese día se ganó la guerra, por dos factores. Primero, por tanto por la acción de Prat, el héroe intrínseco, quien, al morir de esa forma, llamó al país a seguir adelante, y segundo, porque cuando Condell y su astucia dejaron al enemigo reducido a la mitad de su poder marítimo, se abrió el camino hacia el epílogo victorioso.
Y aquí es donde se produce un fenómeno paradojal. ¿Por qué se celebra más una derrota heroica que un triunfo ingenioso?
En esa guerra de hace 140 años hubo numerosas batallas ganadas por las fuerzas chilenas, pero más se conmemoran los finales trágicos, como Iquique o La Concepción.
¿Será que estamos hechos parar pararnos rápido después de una caída?
Víctor Pineda Riveros
Periodista
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