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“Yo conocí a Violeta Parra”

Por Pablo Santiesteban / 20 de septiembre de 2020
El prólogo autografiado del libro de Violeta Parra es conservado como un tesoro muy querido por el profesor Luis Soto Padilla.
En 1961 el joven profesor y poeta Luis Soto Padilla tuvo un privilegio que pocos pueden darse, entrevistar en su casa a la inmortal artista folclórica chilena. Esta es la historia de ese encuentro.
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Luis era un joven estudiante a fines de la década del cincuenta en Valdivia cuando escuchaba la radio distraídamente y de repente una voz femenina le llama la atención y dejó lo que hacía para escuchar su canción.

Un acordeón inicia una canción valseada que sigue el ritmo por una guitarra, mientras otra hace unos punteos de aire folclórico. Queda impresionado desde la primera línea de los versos: “Qué pena siente el alma cuando la suerte impía se opone a los deseos que anhela el corazón”, cantaba una voz con mucho sentimiento, a veces desgarrada, y con un letra profundamente sencilla y conmovedora. Luis se estremeció desde lo más profundo de su alma de poeta.

Pronto averiguó que esa mujer cantora se llamaba Violeta Parra, que era chillaneja y que era una recopiladora del folclore chileno. Después la volvió a escuchar en temas como “El sacristán” y “La petaquita”. Nunca pensó que iba a conocer en persona a esta mujer que lo impresionó desde un parlante de radio y después de su encuentro nunca más la olvidó hasta el día de hoy. 

Con orgullo y mucha nostalgia dice: “Yo conocí a Violeta Parra”.

En este Mes de la Patria, DiariodeValdivia.cl ubicó al privilegiado profesor valdiviano que accedió a contar los detalles de este sorprendente encuentro que humaniza la figura inmortal de la artista.

BUSCANDO A VIOLETA

Luis Soto Padilla es poeta y profesor normalista jubilado con un interesante paso por escuelas de la región y como profesor titular de la antigua carrera de Pedagogía en Educación Básica de la Universidad Austral de Chile. Como escritor y poeta ha publicado dos obras, “Palabras de Otoño” y “Nostalgia”, además de tener algunos de sus poemas en obras de recopilación de escritores locales.

En 1961 Soto Padilla era alumno del Sexto Año A de la Escuela Normal Superior Camilo Henríquez de Valdivia. Era un joven soñador que deseaba ser profesor, enseñar y escribir. Ya había cursado sus materias y debía preparar una tesis, último paso para conseguir su anhelado título. Soto propuso el tema “Bailes folclóricos chilenos” y delimitó su investigación a danzas como la cueca, el costillar, el pequén, el sombrerito, la resbalosa y el jote. “La motivación para elegir este tema es que desde muy niño empecé a bailar cueca”, explicó el educador que, en aquellos años integró el grupo folclórico y el coro de la escuela.

Fue en las vacaciones de invierno del año académico 1961 cuando viajó a Santiago para iniciar su investigación. Para ello fue al Instituto de Investigaciones Musicales de la Universidad de Chile y a través de este organismo contactó a Violeta Parra que por aquellos años vivía en calle Segovia 7366 en la comuna de La Reina, en la conocida “Casa de palos”.

“Deseaba entrevistarme con Violeta Parra para conversar acerca de la realidad folclórica chilena de la época porque en ese tiempo la música chilena era menospreciada”, al contrario de la música que venía de Estados Unidos y era cantada en inglés, según explica el docente normalista.

CONOCIENDO A VIOLETA

Una tarde de invierno llegó Soto junto a un compañero al portón de calle Segovia. La entrada del jardín tenía un gran cántaro de greda que asemejaba a un centinela, según pensó Soto. Lo atendió una sobrina que lo hizo pasar y que le cuenta que Violeta estaba enferma de hepatitis, pero que igual lo iba a atender en su propia pieza. 

El aspirante a profesor recuerda que al entrar a la casa pasó a una gran sala “muy limpia sin ningún mueble”, pero en la pared izquierda estaba colgada la legendaria guitarra que tantas canciones creó e interpretó. Esperó hasta que lo hicieron pasar a la pieza de la cantante. 

“Sentí una alegría muy grande cuando la vi porque para mí era una de las grandes mujeres, valiosa, alguien que ya desde hace un par de años yo admiraba. Me acogió muy bien”, dijo y recordó que se sentó a los pies de la cama de Violeta.

Soto recordó que el dormitorio era “muy sencillo”, tenía algunas pinturas y trabajos que ella misma había hecho. “Se interesó en saber quién era yo y me ofreció toda su colaboración”, dijo y añadió que en la entrevista ella le contó cómo hacía su trabajo de recopilación, muchas de ellas acompañada de su hijo Ángel y conociendo, involucrándose y hasta afectándose con las personas que entrevistaba, muchas de ellas gente de campo muy humildes. Le contó que en esas salidas siempre andaba con una cinta estereofónica y grababa las canciones de las personas que conocía y ella intentaba interpretarlas tal cual como las aprendía con los timbres de voz y los modismos campesinos.

EL REGALO DE VIOLETA

Fue tanta la conversación que Luis Soto tuvo que regresar al día siguiente y nuevamente fue bien recibido. Soto lamentó no poder grabar esa entrevista y sólo se limitó a anotar todo lo que Violeta Parra le contaba o simplemente la escuchaba con atención. “Se produjo una empatía en ambos, yo volví al día siguiente feliz. Me sentí como si hubiese estado en mi casa”, contó.

Tras conversar de lo humano y lo divino Soto vio que se hacía tarde y se dispuso a partir. “Vi que ella sacó de debajo de su cama una maleta grande. Yo la miraba sorprendido y ella empezó a buscar y buscar algo. Cuando saca de ahí y me entrega una copia del prólogo que le escribió Enrique Bello de su libro Cantos de Chile. Son seis páginas y en la página 6 ella escribió y con una sonrisa muy tierna y dulce me entrega eso. Yo quedé sorprendido”, recordó Luis Soto. Lo que Violeta le había escrito decía: “Para Luis Soto con mucho cariño, V. Parra”.

Ese recuerdo de la página 6 del prólogo está enmarcado en la casa de Luis Soto Padilla como un preciado tesoro de la inmortal Violeta Parra. Esa página fue anexada a la tesis que posteriormente hizo el estudiante. “Nunca me imaginé que iba a tener un gesto tan generoso porque ella ya era conocida en Chile y el extranjero y estar frente a una grande de nuestros valores artísticos y musicales. Quedé sorprendido”, expresó.

Esa fue la última vez que el profesor valdiviano vio a Violeta Parra.

EL LEGADO DE VIOLETA

La segunda vez que Soto fue impactado por Violeta fue en febrero de 1967 con la difusión de su suicidio. Recuerda: “reviví muchas cosas y di gracias a la vida, pero también di gracias a Dios por haber tenido el privilegio de haber compartido con la gran Violeta Parra. Para mi fue una de las vivencias más lindas que he tenido en mi vida”.

Soto enfatiza que su generación no valoraba el folclore ni la obra de Violeta Parra y que el ambiente artístico chileno la discriminó. Al recordar ese contexto dijo: “antes bailar cueca era cosa de rotos por eso la realidad folclórica era menospreciada, felizmente poco a poco la gente se ha ido impregnando del sentido de nacionalidad, de sentirse chileno en muchos aspectos y ahora se está reconociendo a valores que en su momento fueron marginados”

Consultado acerca de si veía que la artista era discriminada en aquellos años no dudo en decir “por supuesto” y agregó que eso ocurrió porque “era una mujer pobre, pero muy rica en sentimientos y sensibilidad. Decían que era una campesina, una rota. Había clasismo, pero ella se sobrepuso a muchas dificultades. Tenía un carácter muy fuerte. Algunas radios se atrevieron a transmitir sus canciones”.

Luis Soto Padilla compara el pasado con el presente y siente que en definitiva se hizo justicia a Violeta Parra, así como a otra mujer que él admira como es la poetisa Gabriela Mistral. “Ellas fueron grandes mujeres que han honrado a Chile. Primero fueron reconocidas en el extranjero y después en Chile. Violeta fue una mujer tan humilde que llegó a exponer en el Museo del Louvre. Ella se impuso”, puntualizó el docente y poeta.

 

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